»Understanding Digital Capitalism«El capital somos nosotros – Introducción
1.9.2016 • Gesellschaft – Text: Timo Daum, Illustration: Susann MassuteHace 150 años, cuando Karl Marx publicó el primer tomo de su obra principal "Das Kapital", la vida para la mayoría de los habitantes de este mundo era un calvario. En la época del gran crítico del capitalismo la esperanza de vida ascendía a tan solo 35 años, el 90 por ciento de la población mundial vivía en la pobreza absoluta, y esto siempre había sido así. En 1970 esta pobreza aquejaba al 70 por ciento, y hoy en día hemos llegado al 10 por ciento.
En comparación a los tiempos de Marx, hoy en día a la gente le va mejor no solo económicamente, sino también en lo político. La mayoría de las exigencias del Manifiesto Comunista se han cumplido, e incluso se consideran características fundamentales de nuestro tiempo: el sufragio universal, la igualdad de la mujer asegurada por la ley, y la educación gratuita son realidades evidentes en muchos países, ya no se diga la instauración de bancos centrales nacionales y la abolición del trabajo infantil, para nombrar solo algunos ejemplos del alguna vez tan radical manifiesto.
Más o menos al mismo tiempo que Marx redactaba febrilmente El Capital en la Biblioteca Británica de Londres, Charles Babbage intentaba construir una máquina de cálculos programable, la máquina analítica. El fabricante, economista e inventor británico fracasó en su realización, pero había imaginado una compleja máquina compuesta de 30 mil partes y con la capacidad de efectuar cualquier tipo de cálculos. Hoy en día existe ese tipo de máquinas, y las llamamos computadoras. Son millones de veces más potentes que la máquina de Babbage y al mismo tiempo caben cómodamente en cualquier bolsillo de levita.
Las máquinas analíticas de nuestros días están además unidas por una red invisible. La llamamos internet, una infraestructura para la comunicación y la producción mundial, supraestatal, y a menudo gratuita: la Internacional de la información. Se ha convertido en la espina dorsal de la sociedad global y en el agregado de producción y comunicación más importante. Se transmiten enormes cantidades de datos e instrucciones codificadas de manera binaria casi a la velocidad de la luz: el equivalente digital de todo el fondo de la Biblioteca Británica en el año 1850 (la entonces más grande biblioteca del mundo) se envía hoy 35 veces por segundo a través de esta red.
Carlos Marx, quien fue siempre un determinado adepto del progreso tecnológico y a quien nos podemos imaginar como un entusiasta del smartphone, estaría probablemente impresionado. Si se le contara además acerca de Google, cuyo objetivo declarado es “ organizar la información del mundo y hacerla accesible y útil para todos los usuarios”, y de Facebook, una plataforma donde todo el mundo puede compartir contenidos e ideas gratis y sin importar género, edad u origen, sin duda estaría totalmente entusiasmado. Estas plataformas ponen a disposición en todas partes el conocimiento de libre acceso del mundo en fracciones de segundo y cuentan con miles de millones de usuarias y usuarios. ¿No suena esto como la realización de los sueños más audaces de la humanidad? Más o menos así es que Marx se imaginó probablemente a la utopía social, la sociedad verdaderamente humana con el fundamento del bien común y la solución colectiva de los problemas. Si le tuviéramos que contar sin embargo cómo fue que el proletariado logró hacer la revolución mundial, para construir el comunismo de la información, comenzaría la parte difícil.
Por desgracia le tendríamos que informar que la situación no es tan color de rosa. Que las viejas preguntas sobre representación política, sobre justicia social y sobre la distribución razonable de recursos siguen sin ser solucionadas. Que la propiedad privada en los medios de producción sigue predominando, que todavía hay ricos y pobres, que la repartición desigual incluso ha aumentado y que continua aumentando. Que, como dijimos, todavía una de cada diez personas vive en la pobreza absoluta, aunque los países más ricos podrían pagar la completa erradicación de esta condición con tan solo sus excedentes presupuestarios. Que el capital no ha desaparecido ni mucho menos de la faz de la tierra, sino que al contrario, goza de excelente salud. Que las guerras, la opresión, la religión y la ignorancia siguen acompañando igual que antes a esta forma de sociedad, que se llama capitalismo.
Le tendríamos que aclarar que lidiamos con un nuevo capitalismo en el cual la información y su intercambio caen, a través de redes de datos, en el centro de la actividad económica y social: el capitalismo de la época digital. Y que las estructuras y plataformas mencionadas armonizan óptimamente con este capitalismo digital. Que este capitalismo ha creado un modelo de consumo cuyo enfoque principal ya no es la producción industrial y la venta de mercancías, sino la organización del acceso al conocimiento y a la información. Que los algoritmos se convierten en el medio de producción decisivo, los datos en la materia prima central y la información en la mercancía número uno. Que las ya mencionadas plataformas de Google y Facebook son empresas con fines de lucro, que recorren el globo a toda velocidad buscando rentabilidad como lo hiciera alguna vez la East India Company, y que utilizan el conocimiento mundial acumulado como la fuente de su enriquecimiento. Que el capitalismo (Marx mismo lo había visto claramente y destacado una y otra vez) en verdad había probado ser sorprendentemente versátil.
El capital se vuelve digital
¿En qué tiempos vivimos? ¿Son los términos “globalización” o “neoliberalismo” adecuados para nombrarlos? La globalización denomina el creciente entrelazamiento de diferentes ámbitos de la vida, como la economía y la cultura, alrededor de todo el mundo y es sin duda un distintivo característico del mundo de inicios del siglo XXI. Sin embargo, el capitalismo siempre ha sido global. Ya el Manifiesto decía de la burguesía que “por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones.” El “neoliberalismo” representa un nuevo liberalismo orientado radicalmente al mercado, que se convirtió en paradigma reinante después de la victoria del capitalismo sobre el socialismo luego de 1989. Los elementos principales de la agenda neoliberal son los diez puntos mencionados en el llamado “consenso de Washington”. Esta lista de medidas que es promovida como recomendación política por el Fondo Monetario Internacional, por el Banco Mundial y el banco central estadounidense FED entre otros, contiene las siguientes especificaciones: un liderazgo gubernamental responsable, democratización, la promoción del libre comercio, la supresión de los subsidios, la liberalización de las inversiones extranjeras, la privatización de las empresas estatales, la desregulación del mercado financiero, reducciones de impuestos y políticas de austeridad.
Ya que la Libertad y la Democracia han ganado la lucha entre sistemas, el capitalismo ya no tiene enemigos de alto calibre, lo que provocó que se anunciara a continuación el fin de la historia. El resultado es según Jean-Francois Kahn un Pensée unique, una uniformización del pensamiento que parte implícitamente de condiciones ideológicas que no pueden ser cuestionadas, incluso ya no pueden ser tematizadas y que conducen así a un conformismo del mainstream. Y la economía es de por sí una “caja negra” o, como observó una vez Alan Greenspan, antiguo director de la Reserva Federal estadounidense: “notoriamente intransparente”. Si ya no hay alternativas, dominan las necesidades momentáneas, y las decisiones políticas son reemplazadas por procesos tecnocráticos. La antigua primer ministra británica Margaret Thatcher tiene el honor de haber acuñado la fórmula para esta tendencia: “There is no alternative”.El canciller alemán Schröder asumió esta frase años después textualmente: “Es gibt keine Alternative”. Y Ángela Merkel ha llevado a su culminación más alta a la lógica de la necesidad momentánea como directriz de la política.
Al mismo tiempo, los reducidos rangos de acción de la política son deplorados en muchos lugares. La calificación de una agencia de rating puede decidir sobre la suerte o la desgracia de naciones enteras. Y aún así, y a pesar de todas las diferencias políticas, religiosas y culturales, tanto la izquierda y la derecha, Ángela Merkel y Vladimir Putin, el partido comunista chino y el ISIS coinciden: no hay alternativas para las relaciones capitalistas. Incluso el estado islámico es finalmente un sistema microcapitalista, que puede unir eficientemente la economía monetaria con la ley de sharia. El capitalismo nunca había estado anclado tan profundamente en los individuos y en la sociedad como hoy, más allá de todas las fronteras culturales. La partida de la crítica social fundamental y de cualquier perspectiva de verdaderos cambios radicales en el orden social es la consecuencia; estos cambios deben ser obtenidos trabajosamente.
Sin embargo, el capitalismo en realidad nunca fue sensato. Es cierto que todos actúan de una forma aparentemente racional dentro del marco establecido, en función “meramente económica” y en plena capacidad de comportarse racionalmente, es decir: con la meta de obtener el máximo beneficio como consumidor, y la máxima ganancia como productor. Sin embargo, de esta dinámica surge un sistema ciego de desperdicio y disfuncionalidad. “Los procesos son racionales en lo individual e insensatos en lo general”, a como dice Rüdiger Safranski, dando en el clavo.
El único fenómeno de nuestro tiempo similarmente global, similarmente omnipresente y libre de toda crítica es la digitalización, que se perfila irrefrenable. Nadie puede ni quiere detener a este producto de exportación californiano. El internet se ha vuelto fundamental para un funcionamiento eficiente de toda la economía, y se convierte al mismo tiempo en uno de los víveres elementales del individuo, que posibilita la participación en la vida social. Se dice que el internet es una red descentralizada, que se basa en protocolos que son intrínsecamente democráticos, que la igualdad de derechos entre sus participantes está incluso grabada en su ADN; así lo ve la opinión común. Por ello se dice que la comunicación on-line es en sí democratizante, educacional, horizontal, y lleva a un mundo mejor. La sociedad civil celebra el papel que tuvo Facebook durante la primavera árabe. Ángela Merkel tuitea, igual que Barack Obama, y Vladimir Putin tiene una presencia profesional en Facebook. Todos elogiaron la campaña electoral de Obama, basada en las redes sociales y dirigida expresamente a los milennials, el grupo de los nacidos entre el inicio de la década del 80 hasta inicios del siglo XXI. Los hijos de los baby boomers han crecido con tecnologías digitales, con el internet y con redes sociales y los han interiorizado junto con sus modos de funcionamiento. Los nativos digitales, una nueva generación ilustrada y competente en el uso de medios, eligió el change propuesto por Obama. El llanto ocho años después fue grande, particularmente en Silicon Valley: Donald Trump fue electo como sucesor de Obama, mientras contaba con 13 millones de seguidores en Twitter. Todo el mundo (o casi) utiliza Google y Facebook, y la infaltable voluntad y al mismo tiempo el imperativo de participar se han vuelto universales.
El término “capitalismo digital” resume ambas cosas: el consenso sobre la supuesta falta de alternativas a las condiciones capitalistas y la disposición de adaptarse a las necesidades coyunturales de la economía de mercancías, por un lado, y la igualmente resignada aceptación de la digitalización al estilo de Silicon Valley y la participación en sus plataformas por el otro.
Breve historia de un discurso de crisis
En Roma, la conferencia internacional comunista del 2016 se preguntó qué ha sido del Capital en el siglo XXI. Se habló mucho de política, menos de economía política, y absolutamente nada sobre la la transformación digital. Además, en una antología recién publicada sobre la crítica social desde la izquierda (llamada La gran regresión), que ofrece a ilustres autores que van desde Appadurai, pasando por Baumann, Latour, hasta Žižek, todo gira alrededor de la democracia y el despotismo. Se responsabiliza a “la concomitancia de los riesgos de la globalización y del neoliberalismo” por el estado del mundo. Recién en la mitad de la antología es que Ivan Krastev menciona al internet y dice que en 1981 los nigerianos eran tan felices como los alemanes occidentales. Esto ya no es el caso: “ahora los nigerianos tienen televisores, y el despliegue del internet les permite hoy a los jóvenes africanos ver cómo viven los europeos, y cómo se ven sus escuelas y hospitales.” Krastev responsabiliza a la televisión y al internet porque a) los nigerianos ya no sean felices y b) que encima quieran venir “donde nosotros”, es decir a Europa.
De una manera similarmente condescendiente se expresa Paul Mason, a quién generalmente admiro mucho, cuando pretende “recuperar puestos de trabajo industriales para el hemisferio norte”. La socióloga israelí Eva Illouz advierte que la izquierda debe “enfrentarse de nuevo osadamente al mundo moral de las personas cuyas vidas se desmenuzan entre los molinos del colonialismo y del capitalismo”, una variante expresada floridamente de la pretensión socialdemócrata de buscar al pueblo donde se encuentre, aunque este se encuentre bien a la derecha. Esta crítica social se presenta sin embargo sorprendentemente paternalista, hasta cierto punto desconcertada y por lo tanto no apta para transformar al capitalismo.
Han pasado solo doce años desde que Steve Jobs presentó el iPhone. Hoy en día, 2.7 mil millones de personas poseen un smartphone y tienen así acceso móvil al internet y a incontables canales de comunicación. Los servicios globales del correo electrónico, la mensajería instantánea y el posicionamiento global son hoy gratuitos y están disponibles para todos por igual en alta calidad. Las tecnologías que hasta hace poco eran exclusivamente de uso militar como el GPS o para uso de una minoría pudiente debido a su alto costo como la videotelefonía son ahora omnipresentes. Al mismo tiempo representan un enorme impulso productivo que no se registra en medidas económicas como por ejemplo el producto interno bruto. Para los muchos refugiados el smartphone se ha convertido en el acompañamiento más importante, siendo al mismo tiempo fuente de información, medio de comunicación y forma de pago.
Paralelamente, a muchos les decepciona en lo que se ha convertido el mundo digital, siendo marcado por las multinacionales y por la vigilancia. Se ha convertido en moda atacar al poder de los consorcios estadounidenses de internet, querer romper su monopolio, exigir alternativas europeas. Ya en 1842, la pionera de la informática Ada Lovelace describió esta interrelación en aquella época, que era la prehistoria de la revolución de la información: “Al observar un nuevo objeto se muestra a menudo la tendencia a inicialmente sobrevalorar lo que encontramos interesante y notable, para luego, en una forma de contrareacción natural, menospreciar su valor verdadero, al constatar que nuestras percepciones iniciales eran insostenibles.”
Es famosa la alabanza de Marx al capitalismo por su capacidad de innovación. Del lado de la izquierda política se oye poco al respecto hoy en día. Más bien se observa al capitalismo en crisis, se dice que está deteriorado tanto en lo económico como en lo moral. Que vive solo de prestado (con créditos y usura), y que la crisis financiera y el autoritarismo son fenómenos de un sistema en decadencia. El capitalismo digital y el Silicon Valley son observados más bien como fenómenos marginales. Su acumulación de datos privados parece ser el más grande problema que puedan presentar, al cual se le deben imponer restricciones con regulaciones y medidas políticas. Las historiadora británica Tessa Morris-Suzuki resumió de la siguiente manera las dos posiciones contrastantes de la izquierda: “O niega que la revolución informática actual represente en absoluto una transformación fundamental en la naturaleza del capitalismo, o bien afirma que esta es una mera expresión de la agonía del sistema capitalista.”
Creer que el capitalismo se está carcomiendo o incluso aboliendo a sí mismo tiene una larga tradición en la izquierda. A finales del siglo XIX, Rosa Luxemburgo y Karl Kautsky vieron al capitalismo chocar frente a fronteras geográficas de expansión, dado que ya no habían muchos nuevos mercados que conquistar: “esto no significaría nada más que la bancarrota de toda la sociedad capitalista”, según Kautsky. Y Rosa Luxemburgo habló del colapso inminente y del papel como “liquidador de un sistema en bancarrota”que entonces tomarían los revolucionarios. Un par de años después Lenin describió al imperialismo como último estadio del capitalismo. En los años 1970, Ernest Mandel esbozó su teoría del capitalismo tardío, y en los 1990 Robert Kurz acuño el término “capitalismo de casino” para un capitalismo financiero que ya solo representa una burbuja especulativa a punto de reventar. En realidad siempre se asegura que el capitalismo está ya en las últimas, que ha sobrepasado sus límites, y el día del desmoronamiento ya no está lejos.
Hasta ahora todo estos escenarios de crisis han quedado en vergüenza. El comité invisible reconoció esto y contradice esa interpretación en su panfleto de 2015 A nuestros amigos: “Lo que estamos viviendo no es una crisis del capitalismo, sino al contrario, el triunfo de un capitalismo de crisis.”
También los nuevos postcapitalistas-en primera línea Paul Mason y Jeremy Rifkin- concuerdan con el discurso de la crisis: “este capitalismo no funciona.” No pronostican un gran estallido, sino una transición del capitalismo hacia una sociedad de información postindustrial. Dicen que esta transición tomará lugar de forma más o menos pacífica, espontánea y gradual, o mejor dicho que ya ha iniciado. Para mí ambos puntos de vista están equivocados. El capitalismo digital es algo genuinamente nuevo, una nueva era dentro de la historia del capitalismo, una nueva fase, como lo fueron el capitalismo de Manchester o el fordismo. El capitalismo no está en crisis, tampoco se transforma en postcapitalismo, al contrario: se está intensificando.
Capitalismo en zona de Gigaherz
En 1936 Allan Turing presentó el concepto de una máquina teórica. Este modelo para la computadora moderna es tal vez el invento más importante del siglo XX: la máquina universal de interpretación de símbolos puede procesar todo lo que se pueda expresar en forma de algoritmo. El radio de esta máquina, es decir la frontera de lo calculable, se expande constantemente. El compás de las encarnaciones modernas de la brillante máquina teórica de Turing es varias veces más rápido que la máquina de vapor o las líneas de ensamblaje de Ford. Y desde los años 1960 crece exponencialmente, como lo comprobó empíricamente en 1965 uno de los fundadores de la compañía de chips Intel, Gordon Moore. Junto a la potencia informática crecen también las posibilidades de aplicación.
Si comparamos el aumento en el rendimiento de las computadoras modernas, medido por ejemplo en memoria RAM y frecuencia de pulso, con el de los automóviles, se obtienen valores fantásticos: si la “Ley de Moore” se aplicara al rendimiento de motores y a la velocidad máxima, podríamos realizar un viaje de Berlín a Múnich en 0,2 segundos, impulsados por motores con muchos millones de caballos de fuerza.
Las empresas del capitalismo digital que operan a nivel mundial no solo son exitosas, sino que transforman nuestra vida de manera fundamental. A través de nuevos modelos de negocios y de nuevas culturas y estrategias empresariales determinan cómo se va a transformar el capitalismo. El internet-la infraestructura que sirve de base para sus negocios- se convierte en tecnología clave: lo que fue el automóvil en la primera mitad del siglo XX, un ícono del progreso que le dio su nombre a una era (el fordismo), lo es ahora la red. La oligarquía digital de Google, Facebook y compañía explota la worldwide web, vuelve navegable para nosotros toda la superficie terrestre, escanea todos los libros del mundo, establece y cuida relaciones de amistad y encuentra en todas las áreas de la vida al perfect match. Con mucho gusto utilizamos estos servicios gratuitos sin tener una percepción de su funcionamiento. Sus algoritmos “organizan al mundo para nosotros, y hemos aceptado felices esta comodidad alimentada con datos personales.”
El Silicon Valley se presenta con la promesa de hacer del mundo un lugar mejor. La percepción del mundo que tiene la oligarquía digital es una creativa mezcla entre la firme creencia en las bendiciones del libre mercado, una relación fetichista con la tecnología así como elementos de la contracultura californiana. No busca vender productos, sino cambiar al mundo. El fracaso del sector público, la retirada del estado y de otras instituciones públicas de muchas áreas de la vida es su motivo para llenar ese vacío. La lógica de los business improvement districts, que se conocen del urbanismo, funciona así: las empresas privadas asumen o financian tareas públicas en áreas urbanas, se compran un derecho de participación y las moldean según sus propias reglas. Finalmente los espacios públicos se transforman así en una simulación de sí mismos, se vuelven terrenos privados.
Nos toca lidiar con una nueva fase del capitalismo, observamos la formación de un nuevo modelo de acumulación. Surge un capitalismo que ya no explota directamente al trabajo vivo, ya no extrae plusvalía en el proceso directo de producción, sino que en su lugar logra incorporar a toda la sociedad con sus ideas y actividades para la generación de ganancias digitales- la siliconización del mundo. Si bien la clase dominante del internet cuenta con muchos trabajadores, su número es exiguo en comparación con los miles de millones de usuarios que trabajan para ella, es decir, todos nosotros. El capital ha encontrado nuevos caminos y encuentra otros más diariamente, para poder hacer más dinero del dinero- incluso con esa extraña cosa que llaman información digital, este híbrido de producto y servicio, bien común y propiedad privada. Se forma un capitalismo digital que se gana su dinero con información, con algoritmos, y con contenido generado por usuarios (el llamado UGC). También es un capitalismo que toma en serio el protocolo de Kyoto y que quiere terminar con los combustibles fósiles y con la contaminación ambiental. El mejor capitalismo que hemos tenido jamás. Y aún así continúa siendo capitalismo. ¿Qué diría Marx al respecto?