La información, esa cosa tan espinosaUnderstanding Digital Capitalism | Parte 3
9.9.2016 • Gesellschaft – Text: Timo Daum, Illustration: Susann MassuteEn la película Tintín y el lago de los tiburones, basada en los personajes de Hergé, el profesor Tornasol presenta su más reciente invención: una máquina que puede replicar cualquier objeto que se desee con solo presionar un botón. Los sombreros de Hernández y Fernández sirven como material de prueba y en un instante son duplicados a partir de una masa amorfa. ¡Aparte de pequeños desperfectos (los sombreros clonados se derriten después de un corto tiempo) se trata de un invento grandioso! La máquina de Tornasol permite duplicar un objeto con un mínimo esfuerzo y a un mínimo costo. Y además tantas veces como se desee, en principio de manera infinita. Lo que suena a ciencia ficción en el mundo físico es cosa de todos los días en el mundo digital: la milagrosa multiplicación sin un gasto considerable de trabajo o de recursos. Todos nosotros hemos “clonado” alguna vez un archivo de texto, una imagen o un programa.
¿Puede un producto que permite ser duplicado tanto como se desee y sin mayor costo alcanzar aún así un precio en el mercado? ¿Por qué es que una máquina así no vuelve imposible a la actividad económica capitalista? Los clásicos de la economía política (Smith, Ricardo, Marx) preferían objetos tangibles a la hora de ilustrar sus reflexiones: una levita, una mesa, un telar. El lado práctico de un producto así es directamente claro: un lápiz, por ejemplo, puede ser utilizado por un tiempo determinado hasta que se gasta. Después se necesita uno nuevo. Si varias personas quieren escribir al mismo tiempo, necesitan varios lápices. Dos lápices cuestan el doble de uno-¡lógicamente! El valor del producto es determinado por el trabajo social promedio requerido para su fabricación. El precio exacto es determinado por el mercado. La estructura de propiedad también está clara, el lápiz tiene un propietario que puede hacer y deshacer lo que le plazca con la mercancía, por ejemplo venderla o alquilarla.
Si tomamos un periódico como ejemplo, la cosa se pone más complicada. El periódico de hoy puede ser leído por una persona, pero también por varias. Al editor no le gusta que el diario pase por varias manos porque pierde clientes potenciales. El periódico de ayer ya no tiene valor, el de mañana todavía no existe. No tiene sentido comprar un ejemplar extra de la edición de hoy para tenerlo como reserva. Los costos de producción de un diario impreso se encuentran casi exclusivamente en el trabajo previo, a diferencia del lápiz. “La información es cara en su producción, pero barata en su reproducción.” Los gastos fijos son altos, pero los costos de producción de cada ejemplar individual son comparativamente bajos. Un tiraje alto es decisivo para que el negocio valga la pena para la editorial. El papel, medio físico al cual está ligada la información, es lo único que se comporta igual que las mercancías levita o mesa en el Capital de Marx. Con la información digital ocurre de nuevo algo distinto. Por ejemplo, la edición en línea de un periódico solo existe una vez, su tiraje es de: 1. Hay un único ejemplar, que sin embargo es leído por millones. La editorial solo tiene que subir un original a la red, las copias son distribuidas por el internet como infraestructura pública. La actividad editorial es asumida por protocolos de red. Una particularidad adicional de los datos digitales es que nunca se desgastan, no se echan a perder ni se rompen; es decir que no tenemos que comprar constantemente nuevos. Pueden copiarse tantas veces como se desee, sin irregularidades ni pérdidas. El original y las copias son indistinguibles.
La información posee algunas características curiosas: una vez fabricada puede ser multiplicada y transportada a un precio muy bajo. No se gasta durante su uso, en principio dura para siempre. No es exclusiva, muchos pueden utilizar la misma información, sin que el valor de uso sea afectado para nadie. Pero es apenas con la difusión de la información a través de internet, sin pérdidas y con la capacidad de ser copiada hacia el infinito, que tantas personas como nunca antes tienen acceso a ella. Se omiten todos los riesgos logísticos del transporte de bienes físicos: la información no se puede perder o dañar, no puede ser robada ni su envío malograrse. El transporte de datos en la red es tan seguro como un envío certificado. El internet funciona de una manera similar al correo: todas las computadoras tienen una dirección, y todos los datos son inicialmente divididos en pequeños paquetes con información sobre el emisor, el receptor, y un número secuencial. Los paquetes atados de esta forma son luego enviados de nudo a nudo hasta que llegan al receptor, donde se vuelven a acoplar. Así se envían e-Mails, datos de video o de audio, y contenidos de la web. El principio de la conmutación por paquetes ha demostrado ser el más adecuado para el transporte de enormes cantidades de datos digitales, es flexible y rápido.
La paradoja digital
La máquina de Tornasol es el sueño del capital. Con ella, una infinidad de sombreros podría ser producida casi sin costo y al mismo tiempo cada sombrero se podría vender a un alto precio. Una licencia para hacer dinero similar parecía haber sido descubierta por la industria de la música en los años 1980, a través del CD. El proceso consistía en guardar datos digitales en discos de plástico con protección anti-copia para luego venderlos a precios exorbitantes.
Pero ya en 1999 surgió Napster, un pequeño programa con el cual se podía descargar música del internet hacia un disco duro individual, literalmente de un día para el otro. Napster fue el que popularizó el concepto de red entre pares, mejor conocido como peer-to-peer o P2P: ya no hay un servidor central del que muchos reciben informaciones, solo participantes iguales (Peers) que pueden tanto descargar (consultar información) como subir (ofrecer información). Esto significó el final del exitoso concepto de la industria musical que giraba alrededor de vender los discos plásticos de barata producción a altos precios unitarios y con derechos de uso limitados. El CD se regía bajo la lógica del ejemplar individual, que se adquiría para su uso solitario y privado. El pequeño programa de Napster era una máquina de duplicación mundial que hubiera emocionado al profesor Tornasol. Transformó a toda una industria e introdujo un cambio de paradigma: “¡Copiar no es un delito!”, rezaba el credo de sus protagonistas. De la experiencia iniciada por Napster surgiría luego el movimiento de compartir datos o filesharing.
Si los recursos técnicos para hacer copias se logran difundir, se vuelve casi imposible impedir que estas copias se realicen, aunque se implementen leyes al respecto. En eso consiste el mensaje principal del influyente libro Code and Other Laws of Cyberspace, del autor y activista del copyright Larence Lessig: la funcionalidad del software es considerada como una especie de ley del mundo digital. Lo que técnicamente es posible con medios sencillos, será finalmente hecho; las barreras técnicas o jurídicas pueden retrasar este desarrollo, pero nunca lo pueden evitar.
La gráfica muestra cómo con la venta de CDs la industria musical pudo alcanzar ganancias históricamente incomparables, comerciando datos digitales en condiciones análogas. Pero eso se terminó. La venta de los discos plásticos colapsó, el comercio online no pudo compensar las pérdidas ni remotamente. El negocio fue socavado por los quemadores de CD y DVD, el equivalente del siglo XXI de la máquina de Tornasol. Una empresa diferente fue creada e impuesta por un modelo de pago fiable para la música digital que se difunde en la red. A la industria musical le pasó igual que a la Kodak, fue víctima de la disrupción desde fuera de su sector: ahora, la empresa de computadoras Apple se encarga del negocio de los archivos musicales digitales en internet a través del iPod y de la tienda online iTunes.
Y ahora la era de las descargas, copias y quemas de archivos de medios se empieza a terminar. Las ventas de materiales en blanco (CDs y DVDs vacíos) disminuye desde hace años y también el uso de bolsas de intercambio y las ventas online de música y películas se han estancado. Al contrario, el streaming se ha convertido en pocos años en el formato de música dominante. Desde 2015, los streams “on demand” reportan tasas de crecimiento anuales del 40%, mientras que la venta de CDs se dirige hacia un “estatus de nicho” (Billboard). Pero también la venta de archivos de música de manera digital cayó en un 25%, y un 20% en la descarga de álbumes completos, según datos del reporte de Nielsen Entertainment & Billboard. El streaming consiste en cargar información digital de un servidor para su uso inmediato en tiempo real y sin la creación de copias duraderas. Un único original es reproducido por muchos usuarios. La entrega de las copias temporales es garantizada por tecnologías de la red, y la reproducción se realiza en el navegador web. El streaming es como prestar en una biblioteca, solo que más rápido, masivamente paralelo y organizado según los criterios del mercado.
Acerca de los costes marginales
El aprovechamiento de informaciones y servicios digitales, es decir, el poder alcanzar para estos un precio en el mercado, se vuelve cada vez más difícil. La economía de mercado se basa en la propiedad y la escasez, y ambas cosas son hoy en día difíciles de realizar para las informaciones digitales. Los costes marginales, es decir los costes de producción para el ejemplar adicional de un producto, se aproximan a cero, lo que representa una característica paradójica de los bienes digitales. Jeremy Rifkin describe este fenómeno de la siguiente manera: “Las empresas privadas se esfuerzan constantemente por implementar nuevas tecnologías para así incrementar la productividad, minimizar los costes marginales en la producción de artículos y servicios, bajar los precios, conseguir nuevos clientes y poder asegurar una suficiente ganancia para sus inversionistas.” Según Rifkin, en muchos sectores la digitalización lleva a exactamente ese caso de productividad extrema, en la cual los costes marginales de la información, los servicios e incluso de bienes materiales se aproximan a cero, están disponibles casi sin costo y en abundancia, alejándose de esta forma finalmente de la lógica de la economía de mercado.
En los artículos materiales surgen tanto costos únicos para el desarrollo y las instalaciones de producción como costos variables, que son aquellos que se presentan cada vez que se fabrica un ejemplar individual. La producción de piezas únicas (por ejemplo una guitarra) o de servicios (por ejemplo el diseño web) están caracterizadas por bajos costes fijos (inversiones) y altos costos variables: la producción del enésimo ejemplar exige un esfuerzo similar al del primero: los costes marginales disminuyen muy poco. En los bienes de la información (por ejemplo un CD) se dan inicialmente altas inversiones para la infraestructura, la producción del álbum, los honorarios y la grabación del máster. Los costos para el primer CD sobrepasa a los de cada uno de los ejemplares siguientes (equivalentes a los discos de plástico y al prensado) por varios múltiplos, cada CD individual cuesta alrededor de 0,50 euros por copia. Quiere decir que con un alto número de unidades, los costes marginales caen hasta acercarse a valores muy bajos. Luego de tomar en cuenta las inversiones iniciales, el resto de la comercialización es igual a una licencia para imprimir dinero. En los artículos digitales como las descargas musicales, los softwares o los libros electrónicos, esta proporción se desplaza aún más hacia altos costos fijos contra muy bajos costos variables, cuando el número de unidades es alto los costes marginales caen correspondientemente en picada. En la economía de una copia o one copy economy de hecho solo se produce un único original, y la fabricación de las copias o ejemplares es realizada por el consumidor final, facilitada por la infraestructura de internet.
Todos los sectores que comercian con bienes de información han tenido que lidiar con el fenómeno de la desaparición de los costes marginales, particularmente la industria musical pero también las editoriales y la industria cinematográfica. La facilidad con la que se pueden hacer copias idénticas de la información digital trae consigo la dificultad de quererle prohibir precisamente eso al cliente. Para Rifkin surge entonces la pregunta si la anomalía de la desaparición de los costes variables se manifiesta también fuera del tratamiento de información, es decir, en la producción tangible de bienes materiales. ¿Puede el efecto disruptivo que tienen los artículos en disponibilidad casi infinita y a cero coste marginal afectar también otros ramos de la economía?
¿Energía gratis?
Un campo en el que Rifkin mira el fenómeno de costes marginales cero en acción es en el sector energético. La tendencia de las energías renovables enturbia la clara división entre productores (los grandes consorcios energéticos) y sus consumidores (los clientes). Poder generar energía fotovoltaica, eólica, o a base de biogas ya no es un privilegio de los grandes consorcios. Rifkin detecta una “caída exponencial de los costos de producción para las energías renovables” como consecuencia de ello. El cambio en el modelo energético crea cada vez más “prosumidores”, un neologismo que fusiona la palabra productor con consumidor. Consumen la energía y también la producen. El viejo modelo en el cual unos cuantos consorcios suministraban a los consumidores energía a base de combustibles fósiles es reemplazado por uno nuevo y bidireccional. Del ámbito de las redes sociales se conoce el fenómeno de contenido generado por el usuario o user generated content: consumimos contenidos creados por nosotros mismos.
En el sector energético se vive en efecto un cambio de paradigma, que se dirige hacia las energías renovables y el autoabastecimiento. Alemania es considerado un país ejemplar en el cambio del modelo, con una cuota de energías renovables del 36% (2017). El mercado energético está repartido hasta ahora entre cuatro consorcios: RWE, Vattenfall Europa, E.on y EnBW. Su modelo empresarial es y ha sido la producción de electricidad en grandes plantas a base de energía nuclear, del carbón, el petróleo, el gas y en una muy pequeña medida de la energía hidráulica, así como la venta de la misma a los clientes finales, los hogares y la industria. El porcentaje de energías renovables de E.on se ubicaba en 2014 en 13,6%, en RWE en un modesto 4,8% y en EnBW en un 12%. Si uno mira estas estadísticas, la comparación de estos distribuidores centralizados de energía con los gigantes del cine como Universal o MGM se vuelve plausible. La transformación del sector energético les está pasando de largo a estos gigantes. Acumulan pérdidas. El jefe de plantas de RWE, Matthias Hartung, advirtió en julio de 2016: “Independientemente de las fronteras nacionales o de sector económico: se trata de luchar por la sobrevivencia.”El derrumbe actual de los precios de la electricidad en su comercio al por mayor hace que la producción de energía sea una operación ruinosa incluso en las más modernas plantas de gas o de carbón.
La generación a base de energía solar y eólica fluctúa fuertemente, tanto a lo largo del año como en el transcurso de un día. El instituto Fraunhofer señala que con la energía fotovoltaica se podría “cubrir en días soleados temporalmente el 35% de nuestro consumo energético actual de un día laboral, y en días feriados y domingos el 50%”, en las horas vespertinas y sobre todo de noche se tendrían que utilizar sin embargo las plantas de gas y de carbón. El sector energético utiliza desde hace ya décadas centrales hidroeléctricas reversibles. Estas utilizan la electricidad excedente para bombear agua de un valle a un embalse. Si se necesita energía, se suelta el agua acumulada, activando turbinas que producen más electricidad. La exigencia es sin embargo enorme. El instituto de investigación de mercado Trendresearch calcula que para 2030 habrá una participación de energías renovables del 50% en el suministro eléctrico. Hasta entonces la capacidad de almacenamiento tendrá que haberse aumentado de 10 Gigawatt a 21 Gigawatt, según un estudio. Los investigadores de mercado atribuyen el mayor potencial al almacenaje de batería, con un volumen de 30 mil millones de euros hasta 2030, según comenta el periódico económico Handelsblatt.
El mercado para los acumuladores de energía se encuentra aún en sus inicios, pero esto podría cambiar velozmente. Conocemos la Ley de Moore, la fórmula empírica heurística para el crecimiento exponencial del rendimiento de las computadoras que es fundamento central de la digitalización. En efecto, en el caso de las baterías parece perfilarse una tendencia similar. Las baterías son caras, el precio de capacidad de almacenamiento por kilovatio-hora se ubicaba en 2007 en 1000 US$. Siete años después este precio había bajado a 330 dólares estadounidenses. Se espera que para 2022 se alcance la barrera de los 100 dólares. El productor de autos eléctricos Tesla ha construido una fábrica de baterías en Nevada cuya producción anual cubrirá medio millón de baterías para vehículos eléctricos. En esta “gigafábrica” de Tesla se alcanzará la cifra mágica de 100 dólares para 2020. El complejo alcanzaría por sí mismo el doble de la producción mundial de baterías de iones de litio que existía en 2013: “Ese sería el punto de equilibrio” para esta tecnología, escribe el periodista Jens Lubbadeh en un artículo para la página heise.de.
En el antiguo modelo fosil-atómico eran pocos los “servidores” centrales, los grandes consorcios de la electricidad, los que suministraban a muchos clientes finales. En el nuevo modelo al contrario se conectan muchos pequeños peeers, que pueden actuar tanto al generar electricidad como al consumirla. Enfrentamos una red peer-to-peer, similar a la de Napster. Las remuneraciones que alcanza la energía ecológica como la eólica, solar, hidráulica y por biomasa, conllevan a que sea competitiva. Es inimaginable que exista una planta atómica o de gas de pequeñas dimensiones, pero sí hay molinos de viento o paneles solares en tamaños reducidos: ¡la escalabilidad, pero al revés! Los consumidores pequeños se suministran a ellos mismos y a otros con electricidad, sin involucrar a los consorcios del sector. La venta de energía deja entonces de ser rentable, hay suficiente electricidad, precios de cero euros se vuelven imaginables, debido a la problemática del almacenamiento han llegado a ser hoy en día negativos. Las grandes transnacionales tendrían enormes retos si se llega a este escenario.
Napster no fue el fin de la industria musical, pero sí desencadenó una crisis trascendental luego de la cual fueron otros actores los que salieron bien parados: los que estuvieron en condiciones de desarrollar plataformas de distribución digital y establecer una vez más un modelo de negocios capitalista, principalmente Apple y Spotify. En el nuevo panorama energético, en el cual los peers de la electricidad producen y consumen al mismo tiempo energías renovables (subiendo y descargando, por así decirlo) también sería necesaria una plataforma. Esta es indispensable para interconectar a los prosumidores y así organizar el intercambio.
¿Está iniciando aquí una plataforma digital de energía en la cual pequeños prosumidores pueden vender y comprar electricidad, según sus necesidades? Parece que es exactamente eso lo que tiene en mente Heiko von Tschischwitz, director de la compañía de energía ecológica Lichtblick: “La siguiente etapa del cambio en el modelo energético podría ser una especie de Airbnb para el servicio.” Sería un nuevo tipo de compañía eléctrica, que no ya no posee plantas generadoras para vender su energía, sino que representa una plataforma en la cual pequeños consumidores se suministran a sí mismos y a otros. Esto quiere decir que las curiosas y nuevas reglas de la economía informática aplican también para la energía y la logística: disponibilidad en abundancia, costes marginales nulos también en la producción eléctrica: la muralla entre la economía digital y el mundo de los artículos físicos parece volverse permeable. Así, en el sector energético
se pueden esperar tendencias como las que hubieron en la industria musical. También la energía se convierte en contenido generado por el usuario.
Pero a pesar del replicador de Tornasol, la economía capitalista sigue siendo posible. La industria musical lo intenta a través del streaming y ofrece un flatrate que sobrepasa la prohibición de hacer copias y los precios unitarios. El capitalismo sabe lidiar con costes marginales nulos. El sector energía se perfila hacia una plataforma digital: será interesante ver quién la desarrollará. Por el momento no parece que los gigantes como E.on, RWE, ENBW y Vatenfall puedan evitar la disrupción. Probablemente serán otros los que hagan el negocio con las energías renovables, el almacenamiento de baterías y la energía como servicio. Exactamente como fue Apple con su iPod y la plataforma iTunes la que hizo masivo al negocio de la música digital, y no Universal, Sony Music o Warner.
Hace no mucho tiempo, Donald Trump anunció que los Estados Unidos ya no pertenecerían al Acuerdo de París sobre el cambio climático. Muchos observadores hicieron notar que los EEUU estaban de esta forma en el mismo equipo de Nicaragua y Siria. La alianza que se aferra a París son las empresas del Silicon Valley, la Unión Europea y China. La Unión Europea dice que China asumirá el lugar de los EEUU. Esto fortalece la tesis de Jeremy Rifkin, quien en un simposio en Berlín mencionó que en un futuro postfósil veía más a China y a Europa como líderes innovadores, por delante de los Estados Unidos. Estos quedarían a la zaga según Rifkin debido a su deteriorada infraestructura y a la posibilidad que poseen de echar mano de fuentes fósiles nacionales como el carbón, el petróleo y el gas, particularmente a través de nuevos métodos de extracción como el fracking. Es posible que la política de Trump fortalezca finalmente la oportunidad de llegar a un capitalismo digital y postfósil.